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El medio de la nada: En la Puna

El snorkel en la parte exterior de la 4x4 de Federico debería haber sido una advertencia. Por no mencionar el combustible, la caja de herramientas gigante para arreglar la camioneta si fuera necesario y, sólo por si acaso, un poco de oxígeno! Esas eran las provisiones de Fede. Tomamos una docena de botellas de Malbec y Cabernet Franc de Mendoza, lo que parecía bastante justo para mi. Así que, como decimos en Londres, todo listo!

A medida que ibamos alejándonos de la capital mundial del Torrontés, Cafayate, las nubes dieron paso a un sol radiante. Quebradas polvorientas, inmensas y pequeñas, daban lugar a  ocsaionales llanuras cubiertas por retamas amarillas. Federico tenía una lista de reproducción de música impresionante: desde Elvis hasta  ópera, pasando por folkclore argentino hasta Queen. A medida que el paisaje nos iba extasiando, Federico empezó a comentar -como lo haría todos los días hasta el final- que eso era "sólo el comienzo". Fue un viaje lento, de charlas, música y silencios, intercalado con paradas de vez en cuando para sacar la cámara de fotos y hacer algunas fotos; cámaras que eran incapaces de capturar el vasto y desnudo paisaje que nos rodeaba. Llegamos a Fiambalá para pasar nuestra primera noche. Comimos en una posada que era propiedad del gobierno, donde los turistas se alojan y los lugareños acuden para ponerse al día con los demás y aprovechar un poco del escaso wifi que hay en la zona. Las luces eran brillantes, los muebles rememoraban a un comedor de una época pasada, y un único camarero recitaba un menú memorizado en cada una de las mesas y sumaba la cuenta en su cabeza cuando querías pagar. Hacía frío.

La mañana siguiente amaneció brillante y clara, y partimos de Fiambalá en lo que sería el viaje más espectacular de mi vida. Federico nos había dicho, la noche anterior, que cruzaríamos el río 99 veces.  Llegado un determinado momento dejé de contar, ya que la Toyota atravesaba una interminable cantidad de curvas acuosas, bastante irreales dado el desierto que nos rodeaba. Pronto la quebrada rocosa dio paso a un lago de flamencos, donde paramos a comer nuestros sándwiches de milanesa, la comida ideal para las travesías en auto en la Argentina. No nos habíamos cruzado con nadie en toda la mañana. Continuamos por el Campo de Piedra Pómez, el agua ahora se había convertido en un recuerdo lejano, y era un paisaje espectacular hecho de, según su nombre lo indica, piedra pómez. Aquí se podía estacionar, trepar a las estructuras y simular que uno estaba en la luna. El viento era fuerte pero cálido y se podía sentir la altitud incluso con el paso más suave. El alrededor era un paisaje de formas de color rosa y blanco. Era tentador pensar en acampar aquí, en este desierto remoto, pero mientras uno se dejaba seducir por esta idea, una ráfaga de viento impresionante, literalmente, nos recordó por qué no había ningún ser vivo en este páramo. Por la noche, el sol se irá y se desplomará la temperatura por debajo del punto de congelamiento y aunque esto pueda sonar inverosímil, es un terreno áspero e inhóspito. Nos fuimos de mala gana, maravillados con este lugar extraño y sorprendente; Federico llenaba el ambiente con Wagner y murmuraba que esto era “sólo el comienzo”. La camioneta  dio un giro fuera del volcán blanco y de repente estábamos en el medio de un campo de lava negra. Al parecer, el volcán había entrado en erupción al mejor estilo “Pompeya”, sorprendiendo a todos. Se podía ver el tono negro de la lava derramado sobre el paisaje, con arbustos de color amarillo atravesando toda su extensión. Dramático, hermoso y un recordatorio vivaz de la violencia del paisaje en que estábamos. A medida que avanzamos, la lava dio paso a hermosos lagos azules y vimos  los primeros seres vivos desde el desayuno, un hombre y su hijo. Todo esto en un día.

Al día siguiente dejamos la helada casa municipal de huéspedes de Antofagasta de la Sierra y nos fuimos. El sol se reflejaba a raudales en las celestes y cristalinas aguas; las vicuñas -agraciadas, vulnerables y simplemente perfectas- pastaban tranquilas. Por suerte para ellas, los pumas sólo cazan durante la noche. Como conducimos a través del altiplano vimos cientos de vicuñas en las colinas, cruzando los caminos en fila de a uno y de forma ordenada, lo que parecía ser la más peligrosa de las estrategias. A medida que nos acercábamos a un pequeño pueblo, empezamos a avistar llamas, más divertidas pero mucho menos agraciadas, que llenaban los campos con sus lazos de colores rojos, rosas y naranja brillantes en la cabeza, lo que significaba que tenían un propietario. Ellas lucían con donaire las Cintas coloridas, sin saber que lucían bastante tontas. A pesar de su aspecto menos vivaz y agraciado, su carne era sumamente sabrosa, como nos demostró Julia quien nos prepararía un “locro” (guiso local hecho con carne de llama). Salimos de la pequeña casa después de haber tenido una tranquila discusión sobre el futuro de los jóvenes de la zona. Julia estaba inmensamente orgullosa de su hija, quién estudia minería en la universidad. Hay una gran cantidad de actividad minera allí, litio y plata, y trabajar en las empresas mineras es uno de los empleos más seguros para la población local. El almuerzo fue seguido por más vicuñas y si bien no siempre se puede ver tanta cantidad, allí estaban ellas, en grupos, simplemente holgazaneando. Y esto se veía imponente. Pasado un tiempo, llegamos a Tolar Grande. Nuestra mayor crisis del día es que solo nos quedaban cuatro botellas de vino.

En Tolar Grande paramos brevemente para ver los increíbles lagos salinos de estromatolitos al cuidado de un hombre y su perro. Nos enteramos que se necesitan condiciones extremas para que se den estas formaciones fósiles, y no hay muchas en el mundo. Todos coincidimos en que el altiplano expone al azar los sitios más sorprendentes. Aparte de los factores de seguridad como tener ruedas de repuesto, un monitor de presión de los neumáticos y un siempre presente altímetro (para nombrar algunos de los aparatos con que contaba Federico), es bueno viajar con un hombre que ha recorrido este lugar durante más de veinte años, y como montañista, haya escalado, en la mayoría de los casos varias veces, todos los volcanes que va señalando.

A partir de aquí nos abriremos paso a Susques, a través de un territorio un poco más poblado. Si bien no veíamos gente, divisábamos más llamas que vicuñas, con sus lazos coloridos, lo que significaba que los pastores y pueblos estaban cerca. Es raro, pero después de sólo un par de días uno se acostumbra al espectacular paisaje que nos rodeaba. Pasamos volcanes rojos, negros y blancos. E incluso algunos volcanes marrones, viejos y apagados. No vamos a parar a sacar más fotos a menos que veamos cebras…o elefantes del desierto!... Sólo estamos dispuestos a parar por ellos y por suerte ninguno apareció durante la travesía. Llegamos a Susques, una pequeña y pintoresca ciudad, donde uno debe acurrucarse junto a las puertas cerradas de la escuela  que cuenta con el único wifi de la ciudad. Es necesaria una contraseña que, por suerte, la sabe cada uno de los lugareños y comparten libremente a cada visitante que pasa.

Un rápido posteo en Instagram a la mañana siguiente aprovechando el wifi de la escuela y partimos a Tilcara. La ruta ahora es mucho más transitada, hay más coches, definitivamente más llamas y mucha más gente. Aún así, encontramos una llanura desolada para comer nuestros sandwiches de milanesa y ver las llamas a la distancia. Nos pusimos en marcha por la carretera pero más adelante Federico se detuvo en lo que, al parecer, es el lugar más al azar que pudira elegir, en un paisaje que si bien es impresionante, a simple vista no hay nada que observar. A nueve metros de la carretera, hay un agujero en el suelo, con el manantial de agua termal más delicioso donde se podían remojar los pies. La  brisa fresca en la cara mientras los pies se templan en el agua tibia que mana de la tierra. Nos dirigimos a Tilcara, una ciudad animada que se siente como Goa, llena de viajeros y gente que sólo quiere relajarse, un pueblo hippie de los años sesenta. Hay bastantes bares, tantos como para tomar un trago en uno, comer filete de llama en otra y  luego ir por un café a una cafeteria/librería. Todo muy parisino. Tilcara no tiene nada que envidiarle a Buenos Aires.

En nuestro ultimo día, el viaje desde Tilcara nos llevó a través del colorido mercado de Purmamarca donde almorzamos sandwiches de pan y queso tostados en la calle. Nos maravillamos con el cerro de siete colores y luego nos dirigimos a través de los Jungas hacia Jujuy. El paisaje ahora es de un verde frondoso, aunque las curvas todavían no terminan. A medida que nos dirigimos hacia las afueras de Salta, todo lo que puedo pensar es cuándo volveré. Me lamento porque el viaje está llegando a su fin pero Federico me asegura: "esto es sólo el comienzo". El tiene razón. Es el comienzo de mi enamoramiento por el altiplano argentino, al cual, sin ninguna duda, volveré. Pero Federico tiene un último as bajo la manga: en nuestro viaje no vimos ningún puma, pero los Pumas están jugando con los Springboks en Salta. Él me tiene preparada una entrada para el juego. …Nosotros (los Pumas) ganamos. 26-24. Qué persona increíble!